Un viaje de…¡TERROR Y MIEDO!

Fabricio tiene 30 años. Es de la provincia de Chimborazo. Está casado y tiene hijos pequeños. Un viaje de...¡TERROR Y MIEDO! decidió viajar

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Fabricio tiene 30 años. Es de la provincia de Chimborazo. Está casado y tiene hijos pequeños. Un viaje de…¡TERROR Y MIEDO! decidió viajar a Estados Unidos por la crisis que golpeó a su familia. En 2002 su negocio, que inició endeudándose, empezó a decaer. Llegó al punto de quebrar, pese a que se endeudó más para tratar de salvarlo. Las letras en el banco se hicieron impagables, temía que su casita, que le costó tanto construirla, se la quitaran. Estaba endeudado 30 mil dólares; fue traumático. Tenía una única opción: salir del país. Buscó un coyotero por las redes sociales. Encontró uno en TikTok. Hicieron el acercamiento y acordaron el viaje por 20 mil dólares desde Ecuador hasta Estados Unidos. Se haría por avión y vía terrestre. El primer pago fue de 2.500 dólares, dinero que se ocuparía en el pasaje del vuelo de Ecuador a Nicaragua. El resto debía depositar cada vez que llegara a puntos previstos (países).

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Su salida, entre llanto…
Salió de Quito en diciembre de 2022. Su despedida de Riobamba fue triste. Llanto y abrazos de su esposa e hijos pequeños. El coyotero tenía todo listo para el viaje, solo debía seguir las instrucciones por celular. Salió del aeropuerto con 500 dólares. Pasó por Colombia, El Salvador hasta llegar a Nicaragua. Fue su primera vez en avión. Todo era nuevo, inquietante, desconocido y raro… La temida ‘bodega’…


Llegó a Nicaragua y conoció a otro ecuatoriano con un niño de aproximadamente 6 años, quienes también habían pagado al mismo coyotero. Mediante el celular le indicaron que debía llegar a un hotel. Ya estuvo reservado, los encargados ya sabían todos sus datos. Le envió su foto para avisar al coyote de su arribo. Hablaron y recibió un nombre clave, el cual le serviría en ese país.

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Le informan que le van a recoger. En se momento dudó por las personas que pasarían por él; “serán buenas o malas”… Y miedo, porque no conocía nada, porque quizá iba ser secuestrado y extorsionado.

Le pidieron que salga y le llevaron a la primera “bodega”, son casas donde esconden a los migrantes. Llegó y conoció a los “guías” (personas contratadas por el coyote). Vio maletas y ropa de otros viajeros en el piso. Le pidieron que deje todo lo que no le va a servir en el viaje.
Los guías no tenían compasión, y su trato era cruel. En ese momento se dio cuenta que para ellos son solo objetos. Y ahí se enteró que los migrantes eran llamados “cajas”. A él y al otro ecuatoriano les entregaron dinero, el cual debía ser llevado a otros países. Él hasta Guatemala y el padre hasta Honduras. No parecía la gran cosa, hasta que escuchó: “si pierden el dinero, pierden su vida”…

El hambre terrible…
Comenzó su viaje a Honduras. Se levantaron a las 2 am; no habían comido. Subieron a un carro para viajar un día. Llegaron a la frontera. Conocieron a tres guías y, en motos, avanzaron por montes y ríos por varias horas. El miedo apareció. Se enteró que podrían robarle el dinero. Temía que si le quitaban el dinero moriría.

El viaje continuó. De vehículo en vehículo, de bodega en bodega. Llegaron a Honduras. Conoció a más gente. Eran ecuatorianos. Dos madres, un niño de 11 años y un bebé de tres meses. Ya hicieron un grupo de seis. Los llevaron a una bodega, estaba sucia, había cosas botadas.

Se sentó para comer tortilla de maíz sin sabor, con agua. En el viaje solo comía el café y merienda, cuando podía. En ocasiones tenía que pedir, ya no aguantando el hambre. Miró al niño de 6 años y sintió pena, tenía que levantarse a la madrugada, caminar y correr, aguantar frío. Quizá no lloraba porque estaba con su papá.

Murió un bebé…
Junto con su grupo llegó a Guatemala. Conoció otros guías. Fue hasta una bodega. Tenía hambre y sed, pero tenía que aguantarse. Estaba débil, pero eso era lo de menos. En minutos ocurriría un suceso escalofriante. Alzo la cabeza y un bebé de tres meses empezó a convulsionar. Estaba agonizando… No había comido.

Convulsionaba ante sus ojos. Estaba en el suelo. Le faltaba la respiración. Era fatal… Trababan de reanimarlo. Su madre estaba impactada, lloraba, imploraba. Todo esto ocurría ante la mirada del grupo, incluido el otro niño. No soportó más, la mamá pidió ayuda a los guías, quienes tenían una celebración afuera. Le dijeron que espere unas horas para llevarle a curarle. No pasó nada.

¡Murió un angelito pequeño! Falleció luego de haber pasado en brazos de su madre por un mes desde Ecuador. Cruzó la selva del Darién. Su madre lloraba, pese a que también estaba en las últimas. Fabricio sintió mucha tristeza al ver esa escena. Debían continuar. La destruida madre quiso llevar el cadáver, pero era imposible. No había cómo. Le dejó. Qué pudo hacer. Tuvo que seguir… Cuando una persona cae, morirá. Salieron a la madrugada. Llegaron a otro punto y, por fin, Fabricio entregó el dinero, y sintió satisfacción.

Siguieron los seis por unos dos días más, para luego separarse. Cada minuto que pasa comprendía que a los guías no les importaba sus vidas. Asimismo, entendió que en el viaje debía velar por su vida, nada más; supervivencia del más fuerte…
Una violación…

En Guatemala llegó a otra bodega grande, con parqueadero y muchos carros. Desde ahí fue trasladado en auto pequeño. Acomodaron a nueve personas, aplastadas unas sobre otras. No hubo comida ni agua hasta llegar a México.

Fue un viaje horrible. En un carro, “parecía un Tucson, para 7 personas máximo”, y ahí metieron hasta 25 personas. Uno encima de otro. Aplastados. Comenzó el horror; el calor sofocaba; en medio de tanto calor no podía moverse, sentía desesperación, sentía que no podía respirar, y que moría ahí dentro. “La desesperación era horrible”.

Llegó a México tras 12 días de viaje. Conoció a otros guías, jóvenes de 18 años. Llegando a otra bodega vio unos 200 migrantes. En esa cabaña, que tenía capacidad para 30 personas, estaban como 200, de diferentes países. Era una chanchera, todo estaba sucio. Sufrió robos. Fue a comprar y le asaltaron. El trato era horrible. Pero eso no era lo peor. En la madrugada tocaban a las mujeres. Lo presenció. Fue una noche en una bodega, en presencia de todos, escuchó a las chicas gritar, y al siguiente día estaban llorando, y decían frases como “viejo cochino, asqueroso”. Ya se imaginarán qué pasó. No se podía decir o hacer nada. Todos corrían peligro. Nadie se atrevía a defenderlas.
Guerra de cárteles…

Antes de llegar a la frontera con EEUU aprendió detalles de México y le entregaron una credencial falsa. Un día se trasladaba en bus y un chofer le entregó a Migración, luego de 17 días de viaje. Le llevaron a un cuartel. Ralamente era una cárcel. Le revisaron y le quitaron todo. Ya no podía llamar por su celular. Sintió que todo acabó; que el sueño murió. Le ingresaron a una celda, en la que estaban unas 200 personas.

Vivió momentos terribles. Solo se veía cuatro paredes, no sabías si era día o noche. En la noche hacía mucho frío, y para colmo había ventilador funcionando. Era imposible dormir solo con un papel aluminio. No tenía privacidad. Las necesidades y bañarse se hacía a la vista de todos.

Dormía un poco. La comida escaseaba. Se enfermó. Asimismo, su psiquis fue afectada. Empezó a sentir estrés y luego ansiedad. Al paso de los días le inundó la depresión. Ya no podía más. Un día, de tanta desesperación, lloró por minutos. En su mente se preguntaba: ¿por qué vine a sufrir tanto?

Fueron 5 días horrendos. Sin embargo, por suerte o la influencia de su coyote fue liberado. Agradeció a Dios porque le soltaron; aunque le dejaron en claro que tenía 10 días para abandonar México.
Fue abandonado…

Salió y recibió órdenes del coyote y fue recogido de un hotel. Le llevaron a una casa para que coma y se bañe. Pensó descansar, pero fue llevado, junto con un grupo, a un monte del desierto, donde nadie vivía y no había nada. Les dejaron ahí con la promesa de que alguien vendría a verles. No pasó. Desde el mediodía hasta la medianoche nadie llegó. Se asustaron, pues temían que les roben, les secuestren o les maten. No tenía cobertura. Estaban abandonados en unos matorrales; incluso había dos niños con ellos. Hacía mucho frío, llovía y había neblina.

Junto con otras personas buscaron cobertura para pedir que les recogieran. Primero pensó en recriminarles: “por qué nos abandonan, por qué nos hacen eso”. Subió al árbol más grande a coger cobertura, en medio de la lluvia. Tanto insistir enviaron un taxi. Les metieron a todos como a objetos. “Pareciera que fue a propósito”, contó.

Les llevaron a una casa, al siguiente día, enfermos, debían seguir. Les entregaron a otros guías. Les separaron. Él fue embarcado en un tráiler, en la cabina. Otros fueron en camionetas, en algunas iban hasta 80 personas amontonadas. Viajó 82 horas. Le dieron pastillas para que no tengan la necesidad de ir al baño.

Llegó a la frontera, en Ciudad Juárez (México), y su tranquilidad fue interrumpida repentinamente por un tiroteo. Los cárteles se enfrentaban y ellos estaban en el medio. Observó carros incendiados, personas que corrían por todos lados. Sintió mucho miedo. A más de eso, llegó a un retén y tuvo que meterse entre el colchón de la cama de la cabina y el metal, y una persona se acostó encima…

RELATO

La corrida de su vida por la difícil frontera, antes de cumplir su objetivo: llegar hasta los Estados Unidos, Riobamba/ Fabricio llegó a la frontera. Se unió a un grupo. Fue llevado hasta personas de los carteles, una para que le identifiquen; pero, antes pagaron una cuota, para que no les secuestren y los maten.

Les pidieron que se alisten. Lo dejó todo, solo se quedó con la ropa puesta. Era medianoche y fueron hasta el muro. La patrulla fronteriza rondaba con linternas, patrullas, motos, cuadrones y drones.

El guía mostró el punto donde estaba cortada la malla. Era hora. Fue hasta ese punto y cruzó. Se rompió la ropa y se lastimó en las púas. La patrulla se dio cuenta y empezó a correr. En su mente sabía que debía dar lo máximo; su vida dependía de eso.

Le empezaron a seguir, corrió por minutos, el corazón se le aceleró. La garganta se le secó. Sentía que se moría. Los pies ya no lo soportaban. Mientras corría la arena le jalaba. Su ropa se desgarraba en los espinos.

Corriendo junto con otro ecuatoriano encabezaron el grupo y daban ánimos a los otros, detrás el guía ya se rendía; pidió que paren y se entregue… “ya nos atraparon”, dijo. Pero no lo hizo. Corrió 15 minutos hacia el otro punto… de los nueve solo llegaron solo seis.
Llegó y tuvo que esconderse bajo un carro por dos horas. Hasta que lleguen a recogerles. Hacía frío, las manos ya no las sentía. Le faltaba el aliento. Lloró de la alegría, y sintió miedo, por si lo atrapaban. Pensaba en su familia. Sus ideas le decían: “para qué dejé mi país, para qué vine a sufrir de esa manera”.

Le recogieron y fue trasladado a Texas. Pasó 4 días en ese lugar. Le entregaron a otros guías. Le compraron ropa nueva y le dieron instrucciones. Era la última etapa y el viaje fue en avión. Voló a Houston y de ahí a New York. Ahí acabó el contrato con el coyotero. “No te conozco, ni me conoces”… Luego de 39 días llegó de Ecuador a EEUU. Su físico cambió. Estaba flaco, deshidratado y sin ánimo de nada. A nivel psicológico, todo el sufrimiento quedó grabado en su mente…

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