Riobamba/ “Lina” y “Andrea” son trabajadoras sexuales y madres de familia, y al igual que ellas hay más de 20 sexoservidoras que trabajan en los alrededores de la plaza Alfaro. Ellas tienen hijos y salen a este espacio, esperando su primer “punto” del día para tener algo que llevar a casa y sobrevivir en este momento difícil para todos los ecuatorianos. El instalarse en las esquinas de la plaza Alfaro les ha creado muchos conflictos a nivel social. Primero el rechazo de la ciudadanía, la desatención, falta de regulación y espacios definitivos creados por las autoridades y la ilegalidad en casas, hoteles y otros lugares que estas mujeres alquilan para ganarse la vida.
Trabajo. La decisión de ser sexoservidora no ha sido fácil para ninguna de ellas. Quitarse las bragas para que un cuerpo extraño se pose sobre ellas no tiene nada que ver con deseos libidinales o satisfacción carnal, “solo es producto de la necesidad y de llevar algo a la boca”, como una de ellas menciona.
“Lina” y “Andrea” tienen dos hijas cada una. Andrea es “la más nueva” del grupo, pues, apenas lleva siete meses ejerciendo esta actividad. A sus 19 años vino desde Machala para conseguir un trabajo digno, sin embargo, la falta de empleo, oportunidades laborales y la crisis económica-sanitaria la obligaron a trabajar en esto que la sociedad considera como “una deshonra”. Ella llegó con su esposo y sus dos hijas. Anteriormente tenía un local de ropa en Machala, pero éste no prosperó y tuvo que tomar otra decisión. “Lina” -en cambio- llegó de Colombia, dejando a sus dos hijos atrás. Lo más crudo de la situación es que la emergencia sanitaria alejó a sus clientes y los ingresos por los varios “puntos” que lograban hacer al día. A la conversación se suman tres trabajadoras sexuales más. Al principio no deseaban hablar, pero, con el paso de los minutos, deciden contar sus realidades.
El acto sexual oscila entre los 10 y 15 dólares. La renta en uno de los hoteles llega a costar 6 dólares y a veces eso no alcanza para cubrir los gastos en casa. “Madelyn” es madre de familia de un niño y cría a cinco sobrinos que dejó su hermana que falleció. Esta trabajadora sexual es la más parca del grupo, y no escatima en denunciar el abuso, discriminación y etiquetas que la sociedad les ha impuesto. Los hombres de “cuna de oro” y “cuna de paja” buscan a las sexoservidoras para cumplir con sus deseos. Para ellas esta labor no es nada fácil. A diario, a la plaza Alfaro llegan policías, municipales y autoridades a realizar operativos, sin embargo, Madelyn dice que las tratan como delincuentes. ‘’Nosotras somos trabajadoras sexuales, pedimos que nos traten con respeto’’. Aquí llegan y nos requisan, ‘’nos tocan las tetas y nos tratan como ladronas, nos discriminan porque ellos no están en la suela de nuestros zapatos, no saben cómo uno se la rebusca a diario… nosotros de esto mantenemos a nuestros hijos’’, se lamenta, mientras espera que su suerte cambie…
Ayuda. La emergencia sanitaria producto de la pandemia por Covid-19 ha develado un escenario desalentador y crítico para todos los trabajadores, emprendedores y empleados. El trabajo sexual, que ha sido estigmatizado, de por sí se condena desde lo moral. Ahora estas mujeres salen a las calles con el temor y riesgo por el nuevo coronavirus; ‘’uno sale a peligrar su vida y la salud por sus hijos, porque no le gustaría que sus hijos le digan: ‘mami tengo hambre’, que es lo más feo que se puede escuchar en la vida”.
Clamor. Estas mujeres solo piden ayuda, esa de ser humano a ser humano, y relatan que hay días que solo pueden comer una vez en 24 horas, y ‘’de eso nadie habla’’, dice “Lina”. Esta realidad nadie la conoce, desde afuera muchas personas las miran con mala cara y ‘’solo las invitamos a que se paren aquí y conozcan la realidad que vivimos, queremos que las autoridades se pongan la mano en el corazón y nos ayuden”.A