A no dudarlo, a veces, pensándolo con cabeza fría, el destino que tenemos como país es el que nos merecemos, toda vez que ya no es mera casualidad que las personas menos calificadas -con una que otra honrosa excepción- sean las que nos gobiernen -y en todos los niveles del Estado- y, es más, se perennicen en instancias de poder y en la función pública, por lo que los resultados están a la vista: subdesarrollo, injusticia social y carencias al granel… y sin visos de solución. A veces parece que tenemos la suerte que merecemos.
Y esto hace ya mucho tiempo. Pero, lo más preocupante es que no levantamos cabeza, como que no existiera más gente capacitada y con principios entre los casi dieciocho millones de personas que formamos parte de la República del Ecuador.
Y, por el panorama que se avecina, con muchos de los prospectos que ya suenan entre corrillos, no parece que variará mucho el mismo y, de ser así, seguiremos postrados ante el sueño de querer algún día crecer como país y mejorar como sociedad.
En el poder deben estar manos límpidas -y no precisamente por gel antibacterial o alcohol antiséptico-, perfiles idóneos -que no sean ganadores en concursos amañados y con puntos por poseer carnés comprados o por condición de sexo, raza u origen-y mentes visionarias -pero no esas que proyecten hospitales de cartón que no cuentan ni con insumos decentes para su personal o que “filtren” medicinas para que les den vendiendo en las redes-, ni corazones hirviendo por apropiarse de lo que no les corresponde ni mentes hábiles para “cranear” cómo saquear y no ser descubiertos, o amarrar puestos para asegurar inmunidad, y si no superamos esto, de seguro, la situación se agravará más y más. Piénselo