Es indiscutible que el escenario que nos ha tocado vivir a las presentes generaciones no es el más alentador ni idóneo para apostarle al optimismo, toda vez que la escoria de la corrupción ha tomado por asalto -de manera atroz- buena parte del Estado y, más grave aún, ha atentado contra los sólidos principios morales y éticos que han caracterizado a una pequeña, pero noble población como la ecuatoriana, que no se merece tal suerte macabra. Nunca decaer en el afán de querer ser mejores.
En este sentido, desde estas líneas, el llamado es a no ser parte de esta vorágine de “mala onda”, como dicen los jóvenes, y tratemos de volver a nuestras raíces, donde la familia es el pilar fundamental de la sociedad, pero esto porque la educación impartida en su seno sirve para la vida.
Sabemos que es imposible alejarnos de la realidad -la vieja o la nueva, da igual-, además que no sería justo para con nosotros mismos y nuestros congéneres, pero sí es tiempo de empezar a combatirla con respeto, honestidad, solidaridad, hermandad, fraternidad, igualdad, cooperación… cerrándole filas a todo lo que contraríe el buen juicio y la práctica del buen proceder, pues, así, solo así, saldremos de la honda crisis en la que nos hallamos y que, penosamente, de seguro, se extenderá a nuestros hijos, y los hijos de éstos.
Ya es tiempo de romper esquemas y paradigmas y dejar de lado la mesiánicas caras bonitas, el mecenazgo de temporada, la intimidación o chantaje electorero, las cualidades deportivas, la verborragia bien hilvanada, la ilusión colegial o el típico cuento chino, que solo nos han llevado a la postración y a la miseria, así que a reflexionar bien el voto y a decidir pensando en el futuro, pero con la presente experiencia