Monseñor José Bolívar Piedra, administrador apostólico de la Diócesis de Riobamba dijo: “en la Diócesis de Riobamba estamos celebrando el mes dedicado a María, Ella es Madre de Dios y de nosotros, que somos sus hijos. En el Segundo Domingo de Mmayo celebramos el Día de la Madre, la del cielo y de la tierra, por ello para mamá nuestro homenaje y reconocimiento. Quiero, en primer lugar, destacar la presencia de la Virgen María. La historia de nuestro pueblo católico es un inmenso caminar con entusiasmo y fervor hacia la Virgen María, Madre de Dios y de todos nosotros, que ha conquistado los corazones. Mayo, mes de María, la Madre de todo el orbe.
Un fervor vivido ardientemente, a través de los siglos, por la gente sencilla y humilde. Aunque no lo parezca, aunque la gente no lleve un letrero con el nombre de María, sin embargo, sí lleva en lo más íntimo de su corazón a María, por eso adornan sus altares y ponen flores con fervor a la imagen de la Virgen. Por todas partes se ve el nombre y la imagen de la Virgen Santísima aclamada e invocada por miles de voces que, en el fondo de su alma, la invocan continuamente y con entusiasmo.
Llevando en su corazón el amor a la Virgen, el pueblo expresa en la veneración a María su esperanza de poder llegar a donde ya llegó Ella, o sea, a gozar de la total libertad de los hijos de Dios en el cielo. Venerando públicamente la imagen de la Virgen María, el pueblo da a todos la prueba concreta de que, caminando con Dios, es posible realizar esta esperanza. La historia de María es el modelo de la historia del pueblo humilde, es una historia que todavía no ha terminado. Continúa hasta hoy, en las pequeñas y grandes historias de este pueblo que camina en la vida, llevando en su corazón su amor y devoción a la Virgen, rezando sin parar: ¡Ave María!.”
Fe. Monseñor Piedra agregó: María, joven humilde de un pueblecito llamado Nazaret, del interior de Palestina, es venerada, hasta hoy, por millones de personas. Todo el pueblo la venera y la invoca. Ella mismo lo predijo y manifestó a Isabel: “Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las naciones” .
Debemos darle un lugar especial a María no porque sea una tradición en la Iglesia Católica, o por las gracias especiales que se pueden obtener, sino porque María es nuestra Madre, la Madre de todo el mundo, y porque se preocupa por todos nosotros, intercediendo incluso en los asuntos más pequeños.
En segundo lugar, deseo referirme a la fiesta que estamos celebrando. El Segundo Domingo de Mayo celebramos el Día de la Madre en nuestro país, y por eso recordamos a todas las madres con gratitud y afecto, confiándolas a la protección de María, nuestra Madre celestial.
El representante de la Iglesia Católica considera que una mamá sabe lo que es importante para que un hijo camine bien en la vida, y no lo ha aprendido en los libros, sino que lo aprendió de su corazón. La universidad de las mamás es el propio corazón.
Hay que aprender de las madres que el heroísmo está en darse, la fortaleza en ser misericordiosos, la sabiduría en la mansedumbre.
Las madres transmiten la fe: en las primeras oraciones, en los primeros gestos de devoción que un niño aprende, se inscribe el valor de la fe en la vida de un ser humano.
La madre, que ampara al niño con su ternura y su compasión, le ayuda a despertar la confianza, para experimentar que el mundo es un lugar bueno que lo recibe, y esto permite desarrollar una autoestima que favorece la capacidad de intimidad y la empatía.
Termino haciendo una similitud entre María madre y nuestras madres: María es la madre de toda la esperanza, que con sus desvelos y disposición a dar un sí al llamado del Padre ejemplifica a la mujer de hoy. La Virgen se nos aparece en ese instante como una de tantas madres de nuestro mundo: valiente hasta el extremo cuando se trata de acoger en el vientre la historia de un nuevo hombre que nace.
El sufrimiento de María camino a la crucifixión de Jesús refleja la valentía de las madres para con sus hijos, expresada con su presencia, allí al pie de la cruz.
Las madres no traicionan. Y en aquel instante, al pie de la cruz, ninguno de nosotros puede decir quién sufría una pasión más cruel: aquel hombre inocente que muere en el patíbulo de la cruz, o la madre que sufre una agonía acompañando los últimos instantes de la vida de su amado hijo.
El pensamiento también se dirige, en este día, hacia aquellas madres que han pasado a la otra vida y nos acompañan siempre desde el cielo.