Otro de los efectos devastadores de la pandemia del nuevo coronavirus (Covid-19) abarcó la educación de nuestros niños, adolescentes y jóvenes, desnudando no solo la falta de recursos tecnológicos, sino también la carencia de acceso de las familias a los mismos, y la falta de preparación de muchos maestros, lo que -a las claras- denota que este año, penosamente decirlo, no contribuirá significativamente en el proceso formativo, como en el caso presencial. Hay que modernizar el sistema educativo.
En este sentido, se hace imperativo que el Gobierno actual -en lo que le queda de mandato constitucional- y los próximos que vengan deben trabajar de manera denodada para superar esta deficiencia que nos pone -a no dudarlo- en inferioridad de condiciones con el resto de países.
En este sentido, se debe establecer políticas serias de capacitación de la planta docente, la misma que debe estar preparada para contingencias de esta índole, así como del sector estudiantil, que debe familiarizarse más -desde tempranas edades- con las nuevas tecnologías, en vista que un traspié en su proceso formativo cronológico tendrá repercusiones futuras, las mismas que serán muy difíciles de subsanar, sobre todo en su gran mayoría.
Y, en este sentido, se debe definir estrategias válidas para acortar la brecha de injusticia social que registramos en la actualidad, así como tecnificar y brindar coberturas -por ejemplo de internet- que no diferencien al campo de la ciudad; se debe propender a que la ciudadanía cuente con equipos de computación y tecnología y, especialmente, contar con profesionales que coadyuven en el proceso de inducción a su buena utilización, esto en pro de nuestro futuro, pero corrigiendo el presente.