Comerciantes aprovecharon el desfile de la Alegría para incrementar sus ventas. Sin embargo, hubo varios problemas alrededor de esto, como la informalidad e irrespeto.
Cientos de ciudadanos llegaron al desfile de la Alegría, uno de los puntos centrales y, tal vez, el culminante de la celebración a la ‘Ciudad Sultana’, que recuerda los 202 años de la inmortal Batalla de Tapi, la que legó la libertad a sus hijos, y a los hijos de estos.
Y, precisamente, este panorama ponía en apuros a los comerciantes que, pese a todo, no dejaban de pedir a la Divina Providencia que les bendiga siempre, pero en particular este día, visto como uno de los más esperados para reactivar su economía.
Algunos no respetaron el arriendo de puestos del desfile de la Alegría
Y es que muchos, en el afán de “ganarse un mediecito”, como dijo doña Patricia A., hasta se endeudaron, esperando que llegue mayo con bendición.
“Es el Mes de la Virgencita, nos va a ir bien”, nos dijo esquivando a la fotografía.
Avanzábamos el recorrido y un conato de incidente nos frenó a raya.
“¿Por qué me toma la foto?”, nos dijo una señora que no dio su nombre, pero sí habló y expresó su malestar.
Esto porque la vimos junto a su esposo levantando una carpa para ofertar puestos.
“Los de Ambato ponen sus taburetes, ellos no pagan nada, nosotros hemos ido al Municipio, tarde y mañana, pedimos permiso, y ellos vienen, venden y se van como si nada”, señaló.
Agregó que, como dueños de casa, en esta fecha aprovechan para “hacer un mediecito”, afirmando que está al día en pagos al Cabildo del cantón.
Seguidamente su esposo agregó: “primero ponen ventas atrás, le venden el taburete a dos dólares y le dejan ahí, y uno pobre, que pasó tiempo para adquirir los puestos no tiene ninguna oportunidad”, se lamentó.
Comercio informal y niños vendiendo
Avanzábamos y veíamos a niños ejerciendo actividades de comercio informal, portando productos varios (cueritos reventados o frutas en vasos) ante la atenta mirada de ninguna autoridad o funcionario que defienda sus derechos.
Lo más solicitado eran los parasoles, paraguas y las bancas, y eso era lo que más había a disposición, variando sus precios entre los dos y los cinco dólares.
Ya en el desarrollo en sí del desfile de la Alegría, no faltó uno que otro comerciante que intentaba avanzar con rumbo al sur del circuito (de la tribuna de las autoridades para abajo), pero abordado por algún agente de Control Municipal que se lo impedía, enviándole en sentido contrario, en unos casos, y en otros (pocos) se lo retiraba del recorrido.
Ciudadanos no acataron las disposiciones
Pero la imprudencia llegó a tal punto que un ciudadano ingresó con una bicicleta y quería avanzar a la par de las comparsas, lo que fue evitado de manera momentánea.
Como punto positivo se apreció que no muchos ingerían bebidas alcohólicas (y esto pese al inclemente Sol), y los pocos que lo hicieron era con la debida moderación.
Sin duda, hay puntos que corregir, pero, en su inmensa mayoría, los asistentes se portaron a la altura, es decir al nivel de lo que es ser un verdadero riobambeño o verdadera riobambeña, y eso merece un voto de aplauso, y de pie, pues se entendió que es una fiesta, y las fiestas se deben vivir con alegría, y no generando inconvenientes que las pueden mancillar.