Una de las problemáticas más difíciles de desterrar en nuestro territorio ecuatoriano, y particularmente chimboracense y riobambeño, es la concerniente al abuso indiscriminado en el consumo de alcohol, origen de muchas situaciones negativas -por cierto-, las mismas que desembocan en males sociales. Consumir alcohol no es un deporte.
Y es que pareciera que por estas latitudes el consumo de bebidas alcohólicas es considerado “un deporte”, el mismo que lo practican pequeños y grandes, mujeres y hombres, pobres y ricos… es decir, sin distinción de raza o credo y, lo peor, se erige en un problema sin visos de solución, el mismo que origina, muy al margen de las afectaciones propias a la salud de los libadores, violencia y descomposición familiar, accidentes de tránsito, caídas, agresiones y cuadros denigrantes, lo que hace ver que la falta de educación en los hogares y la ausencia de políticas públicas efectivas en la materia nos pasará factura por mucho tiempo.
Incluso en los últimos tiempos, los de pandemia, parece que las restricciones motivan que crezca el consumo, como que ya no tuviéramos suficiente, y a la mínima ocasión aprovechamos para “levantar el brazo” e ingerir licor.
Y esto sin señalar que algunos creen que esta acción es “preventiva” para evitar al tan temido Covid-19. En este sentido, los padres de familia debemos empoderarnos de la educación de nuestros hijos, pero partiendo del ejemplo, que es la mejor de las lecciones.
Jamás olvidemos que muchos de los males que nos aquejan, con decisión y firmeza, podríamos desterrarlos; pero, si no los encaramos, no nos extrañemos si éstos se complican. El beber no es un deporte, y si lo fuera nunca ganaríamos al practicarlo.
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