María tiene quince años de edad. Hace dos semanas se fue de su casa rumbo a Alausí para buscar algo de paz. A pesar de su corta edad, ha vivido un verdadero infierno, pero, contrario a lo que se pueda pensar, no ha encontrado apoyo en quienes ella pensó que sí la protegerían: su familia. ¡Callar la violencia es ser “cómplice”!.
María ha sido violada desde los diez años por su padrastro. No se atreve a contarle a su mamá, porque duda que le crea. Además, su madre depende económicamente de su padrastro, con el que tiene dos hijos pequeños más. La joven teme que a su hermanita le pase lo mismo que a ella. Sospecha también que su hermana mayor, fruto del primer compromiso de su mamá, se fue de la casa por la misma razón…
María ha buscado apoyo en diferentes miembros de su familia, principalmente en sus abuelos, sin embargo, le han pedido que guarde silencio, para evitar el “qué dirán” y no “arruinarle la vida” a su mamá. No tiene a quien acudir, ni alguien que la pueda asesorar, porque lo que ella busca es que ese hombre haga justicia, pague por todo el mal que ha hecho y no vuelva a tocar ni a una sola niña más.
El caso de María no es una excepción, por el contrario, cientos de niñas viven este tipo de violencia que viene de sus familiares más cercanos, como padres, padrastros, tíos, primos, hermanos. Al ser del mismo núcleo familiar, se evita la denuncia, para “no desgraciar a la familia”. Sin embargo, en la última persona que se suele pensar es en la víctima. Se naturaliza este tipo de hechos que constituyen un delito. El no hablar, el no denunciar, lo que le convierte a una persona es en cómplice de estos hechos abominables.
En Riobamba y Chimborazo existen colectivos, asociaciones, oenegés que trabajan para apoyar a las mujeres. También existe una opción en la página de Fiscalía para realizar la denuncia. Se debe dejar el miedo de lado y defender a las niñas y a las mujeres.
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