Los niños con autismo necesitan una educación inclusiva que los escuche, comprenda y apoye para alcanzar su máximo potencial
Valentina, una niña autista, con problemas de aprendizaje llegó a CLASCAP, Centro psicopedagógico, de Riobamba a los ocho años, sumergida en un mundo de silencio y confusión.
Sus padres, con el corazón apretado por la angustia, habían tocado muchas puertas sin encontrar respuestas.
La escuela ascendió a la niña hasta tercero de básica sin saber cómo enseñarle ni apoyarla, aunque ella no hablaba, no escribía ni reconocía letras ni números.
Su mundo era un laberinto sin salida, y la frustración se traducía en conductas agresivas, en gritos ahogados de una niña que no encontraba su voz.
Patricia Concha Cantos, psicopedagoga y terapeuta, recuerda aquel primer día como si hubiese sido ayer.
Valentina, una niña risueña que entró con la mirada esquiva, aferrada a la mano de su madre, como si temiera que el suelo bajo sus pies desapareciera, no había sonrisas, solo miedo.
Superación
El camino no fue fácil, cada letra aprendida fue una victoria, cada número reconocido, un paso adelante.
Valentina empezó a comunicarse, a entender que el mundo no era un enemigo.
Poco a poco, su comportamiento cambió; dejó atrás la agresividad y convirtió la frustración en esfuerzo, logrando avances que parecían imposibles apenas un año atrás.
La educación inclusiva en Ecuador busca adaptarse a niños con necesidades especiales, pero muchas veces carece de los recursos y formación necesarios para ser efectiva, como en el caso de Valentina.
A pesar de las leyes inclusivas, la falta de apoyo adecuado en las aulas hace que la inclusión sea más un obstáculo que una ayuda para niños como Valentina, que necesitan recursos personalizados.
En las aulas, los docentes no estaban preparados para atender sus necesidades, y la indiferencia de algunos compañeros se transformaba en crueles burlas, como el “Bullying”.
Valentina, como otros niños con autismo, se vio empujada a un rincón, condenada a la soledad.
Sus padres, incansables en su lucha, la sacaron de aquel ambiente y confiaron en CLASCAP para cambiar su destino.
Hoy, con diez años recién cumplidos, Valentina es otra, es más sociable, sonríe con facilidad y ya no le teme a enfrentarse al mundo actual.
Se para frente a la pizarra con determinación, escribe su nombre con orgullo y, aunque aún queda camino por recorrer, la niña que un día llegó en sombras ahora brilla con luz propia.
“Es mi mejor carta de presentación”, dice Patricia con una sonrisa, mientras observa a Valentina responder, con voz clara y segura, su nombre y edad.
La historia de Valentina refleja lucha, amor inquebrantable y la necesidad de una educación inclusiva, donde todos los niños sean escuchados, comprendidos y guiados.