Artesanos riobambeños viven del negocio de la muerte, elaboran ataúdes de madera en el barrio San José de Chibunga y distribuyen al país.
El negocio de los ataúdes llega a la funeraria para el réquiem. En San José del Chibunga hay hábiles artesanos.
Simón Auquilla Huilcarema veía a la muerte como un negocio necesario y rentable; y pasó de marmolero a productor de ataúdes para el réquiem de los seres queridos.
El costo de los ataúdes va de 120 dólares a 500 o 600 dólares y con el servicio de capilla ardiente llega a 1.000 dólares.
Don Simón está vinculado con rama de los funerales hace 40 años, empezó como operario de Luis Ramos, propietario de la marmolería Carrara, quien tenía la funeraria Riobamba donde laboró 15 años y que luego la compró.
Como nativo del barrio San José de Chibunga instaló la funeraria Riobamba en el sector donde actualmente hay como ocho funerarias en el mismo sector donde construyen ataúdes y ofrecen los servicios de funerales.
Ha recorrido por otras ciudades, estuvo en Milagro, Guayaquil y Cuenca, siempre aplicando el oficio de elaborar ataúdes. En los 40 años ha enseñado a diversos operarios, que luego instalaron sus propios negocios.
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¿Cuánto cuesta un ataúd en Riobamba?
Don Simón aseguró que él es el maestro de todos los operarios que ahora tienen su propio negocio de la muerte.
Actualmente, tiene su fábrica de cofres en madera porque de metal ya no existe. Es padre de seis hijos, todos son profesionales, pero uno de ellos sigue la tradición del negocio de cofres el resto solamente van de visita.
El costo del cofre va de 120 hasta los 700 dólares, en madera de laurel es el más caro. Luz María López, esposa de Don Simón, es la responsable del tapizado.
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El tamaño es estándar, 1.90 metros de largo, sin embargo, para niños van de 0,60 hasta 1.60 metros. Don Simón ya no tiene operarios solamente trabaja con el segundo de sus seis hijos, produce 16 ataúdes al mes.
Creencias de los antepasados que se ha vuelto un negocio
Cuando el ataúd suena es porque el alma vino a medirse, es una creencia que a veces da resultado, pero no siempre, igual cuando una mariposa sobrevuela la funeraria también es seguro que se vende, expresó don Simón.
Compra anticipada, hay familiares que tienen un paciente que está a la espera del último suspiro y deciden seleccionar y cancelar por el ataúd, en esos caos tal vez hay algún ruido.
En una ocasión los familiares se acercaron hasta la funeraria a las 23:00 horas, pero me faltaba de poner un cristo en el ataúd y cuando iba a colocar “sentía que alguien me cubría la espalda y sentí miedo, en cinco minutos llamaron que ya falleció.
“Hay quienes tienen miedo de acercarse al ataúd, no quieren ni tocar, tienen miedo al muerto, pero no se debe tener miedo al muerto sino al vivo”.
¿Cómo aprendió el oficio, hoy un buen negocio?
Entró de oficial de la Marmolería Carranca de Luis Ramos (+) quien compró herramientas para elaborar ataúdes de metal y le gustó; luego Adriano Vallejo (+), del cantón Guano, abrió una funeraria y fue a trabajar ahí, posteriormente se contactaron para que vaya a elaborar ataúdes en Cuenca.
María del Carmen Asqui López, de profesión ingeniera, se vinculó al negocio cuando contrajo matrimonio, su esposo Ángel Guapi estaba dedicado a este negocio, igual, la funeraria Renacer está en el barrio San José de Chibunga.
Ángel Guapi se vinculó al oficio desde los 14 años, aprendió con Don Simón Auquilla, el fundador de las ‘cajas para los muertos’ en su barrio. Sabía hacer los ataúdes, pero no sabía donde vender y viajó a Milagro para contactarse con Alberto Durango y empezó a entregar el producto.
Cada semana enviaba por Transportes Colta cinco ataúdes a Milagro y otros al Triunfo y también entregaban en las funerarias de Riobamba.
Con el tiempo compraron lo necesario para dar el servicio de capilla ardiente, formolización del cuerpo, la carrosa. El servicio funeral con el cofre más económico tiene un valor de 350 dólares y con el cofre más caro alcanza a 1.000 dólares.
María del Carmen Asqui recuerda que su hermana que vive cerca le indicaba que en la noche escuchaba que golpeaban la puerta y que nadie le abría, y al siguiente día ya vienen por el servicio de la funeraria.
En el taller trabajan en familia y de acuerdo a la temporada y la necesidad, cada quien cumple con su función, unos elaboran el cofre otros pintan, mientras otra persona pone los forros, y el toque final.
Nunca pensó estar vinculada con este negocio al comienzo tenía miedo, pero poco a poco iba acoplando y perdiendo el miento, en la actualidad es algo normal. Generaron trabajo para los hermanos de su esposo que estudiaban en la Politécnica de Chimborazo, ahora dan empleo a los sobrinos que también estudian en la Politécnica.