Ya pasamos los mil. Usualmente un numerito que a lo largo de la historia se lo involucra con lo místico, como sinónimo de éxito en las composiciones poéticas o musicales, atribuido a grandes logros deportivos, como los mil partidos, mil goles, mil canastas… precisamente, en el contexto jurisdiccional, a la fecha, no hace una aparición como algo que debamos aplaudir o que llene de orgullo y, por el contrario, debe motivarnos preocupación extrema, pues, compone la cifra de infectados por el mortal virus de Oriente que, hoy por hoy, no cuenta con un medicamento que le haga frente de manera oficial ya que -como es bien sabido- solo la Divina Providencia, la sabiduría médica y la resistencia física o ganas de aferrarse a la vida de los infectados ha generado que no se incrementen las ya de por sí trágicas cifras de letalidad.
Pero esto parece poco importar a muchos, los que han vuelto a su normalidad, y quizá hasta más que antes, lo cual pone en serios aprietos al resto de la población.
Parece que ni el llamado -por las buenas y las malas- del personal de salud y de los expertos, las escenas desgarradoras en calles, plazas y casas, el colapso de las casas de asistencia, la falta de camas en las Unidades de Cuidados Intensivos o la carencia de respuesta de la mayoría de gobiernos del mundo no logran crear conciencia en el raciocinio, buen juicio, sana crítica o como se lo llame, y aquello hace prever un futuro nada alentador.
Creemos en cadenas de WhatsApp que anuncian que la vacuna ya está en las farmacias o en los genios que dicen que debemos tomar un poco de detergente, o tratar de adquirir dióxido de cloro porque es tendencia en Twitter, antes de dar cabida a la prudencia y el compromiso social. ¡Qué pena!