Ríos de sangre

Enfoque
La semana santa de los cristianos es una buena fecha para meditar en ríos de sangre. Los astronautas dicen que nuestro planeta es azul desde la estratósfera. Debería ser rojo. Injustamente apodamos a Marte el planeta de la guerra. La tierra es el lugar donde los depredadores están en su elemento. Y entre los animales que aquí pululan, los humanos, desprovistos de garras y dientes, enclenques en realidad hasta frente al viento, son los peores. Basta recordar con qué efusión los maestros de historia suelen contar la gallardía y arrojo de los soldados en todas las líneas geográficas del orbe. No debe quedar un solo metro de suelo, que no haya recibido alguna vez su torrente de sangre.
Medito en esta maldición conmocionado ante los niños asfixiados de Siria y el estreno de Trump como asesino a distancia y el gusto que parece haber tomado al olor de sangre, pues, ahora enfila su insensatez hacia Corea. Medito en esta horrenda realidad ante los camiones que cualquier día, en cualquier idílica ciudad de Europa, pierden los frenos o el timón, y arrollan a mujeres con sus canastos de mercado, a niños con sus mochilas escolares, a ancianos con su bastón tomando el aire, a jóvenes enamorados, a profesionales o estudiantes en plena primavera, al grito de un Dios más sanguinario que Marte. Medito en la pasión y muerte de Jesús en el Calvario, donde ahora mismo, después de 21 siglos, descendientes de judíos y galileos combaten por aniquilarse como pueblos. Y medito en la sangre que se pretende hacer correr en la 6 de diciembre en Quito, Guayaquil o pacíficas ciudades como Riobamba, al grito que se cuente todo, que el fraude comenzó cuando.
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